miércoles, 20 de julio de 2016

Reflexión mañanera


No me gusta el transporte público, eso es un hecho; aunque tengo diferentes grados de tolerancia, el bus puedo soportarlo bastante bien, el tren igual, pero lo del metro es algo que supera mis fuerzas.

Como sardinas enlatadas
Este medio de transporte nunca me ha gustado y eso que el Metro de Bilbao es toda una experiencia, fresquito en verano, limpio, muy limpio, amplio, agradable a la vista. Sin embargo, siempre me las he apañado para utilizarlo lo menos posible (el hecho de que tuviera coche facilitaba mucho las cosas)(Qué época tan bonita de libertad de movimiento).

Llegué a Madrid y el coche se quedó en Bilbao, así que no me queda otra que utilizar siempre el trasporte público y la verdad es que el Metro de la capital funciona muy bien, es rápido y cada dos calles tienes una parada. Pero, porque siempre hay un pero, no lo soporto.

En invierno, vas abrigada hasta arriba y para cuando llegas al vagón, después de bajar hasta el subsuelo, estás achicharrada con el abrigo, la bufanda y los guantes puestos. Quitarte algo de ropa para no caer desmayada se convierte en una lucha continua, pegando algún que otro codazo al de lado para sólo conseguir desabrocharte la cremallera y acabar con más calor si se puede.

Una piensa que en verano las cosas mejorarán con el aire acondicionado, pero no, todo va a peor. Soportar los 40 grados en Madrid no es tarea fácil.

Combinación de olores
Te levantas, te duchas, te peinas y maquillas cuidadosamente por las mañanas, cuando te miras al espejo antes de salir  de casa luces espléndida, cuando te miras en el del ascensor de trabajo nada más llegar pareces un trol. Y toda la culpa de esto la tiene el metro, estoy convencidísima. 
Hace calor, mucho calor, entras en la estación sorteando a todos los que tienen prisa (¿no sería mejor salir un poco antes de casa?), el anden es un horno y cuando por fin llega el metro con su ansiado aire acondicionado resulta que hay más gente que en Torrevieja en pleno mes de agosto y como mucho, el único aire que te llega es el de los resoplidos del de al lado. Un placer en todos los sentidos vamos. Y hay algo que jamás entenderé, ¿cómo la gente puede ser tan guarra? Se supone que a esas horas estamos todos bien aseados y duchados ¿cómo es posible ese olor infrahumano por la mañana? ¿Y qué me decís de de los trajeados bien afeitaditos con una peste a alcohol digno del Oktoberfest? 

Debo decir que esta mañana he vivido todas las malas experiencias en el metro de una vez y he llegado bastante enfurruñada al despacho. Aunque no tiene por que ser tan terrible, siempre preferiré el coche con mi música y mi olor a Emporio Armani. 

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